Traducido por Laura Jimenz
Un año después de perder al hombre con quien pensé que me casaría por lo que se sospecha fue un ataque cardíaco masivo a la edad de treinta y seis años, me encontré de rodillas en el cubículo para discapacitados de un pequeño baño. Había corrido en busca del lugar más privado disponible, lejos de los miembros de mi grupo de apoyo para el duelo. Incluso ahora no puedo recordar ni quién ni qué fue compartido que desencadenó la reacción en mí, pero sabía sin duda que tenía que encontrar un lugar para estar sola y poder derramar mi corazón en Jesús. La privacidad del baño fue el único espacio disponible que pude encontrar.
Una Década De Incertidumbre Vocacional
Mientras mis lágrimas caían, descargue el peso de los 10 últimos años de lucha con mi vocación. Había pasado la mayor parte de mis veintes discerniendo la posibilidad de un llamado a la vida religiosa, solo para terminar en un lugar de desconocimiento. Después de haber sido aconsejada por mi director espiritual en ese momento de que me abriera una vez más a la posibilidad de casarme y tener citas mientras que también estuviera abierta a la vida religiosa, había estado saliendo a citas nuevamente durante algunos años. Esta vez estaba en el escenario de las citas a los comienzos de mis treinta. Si alguna vez has intentado tener citas en los principios de tus treinta mientras vives fielmente las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el sexo y el matrimonio, sé que estas sintiendo mi dolor en este momento. Fue horrible. Los hombres que estaba conociendo parecían esperar intimidad física tan pronto como la segunda o tercera cita, que fue el tiempo que duraron saliendo conmigo. Después de un tiempo, se volvió casi cómico ver sus expresiones de sorpresa cuando aludían a "volver a mi casa" al final de una cita y yo procedía a explicarles que como católica estaba decidida a vivir la enseñanza católica sobre el sexo antes del matrimonio. Una vez que el impacto pasaba, escapaban tan rápido que era como estar en una cita con el superhéroe, Flash. El hombre que murió no era como estos hombres. Me amaba por mí y estaba dispuesto a sacrificarse por mí. Quería amar y ser amado. Recuerdo que finalmente sentí que la crisis vocacional había terminado. Finalmente, la voluntad de Dios fue clara como el cristal. Poco tiempo después, su amigo y yo lo encontramos fallecido en su apartamento cuando no se presentó para ir a la misa conmigo.
Ahora, aquí estaba un año después, las aflicciones de la vocación de vuelta con toda su fuerza y completamente confundida acerca de la voluntad de Dios para mí y mi vida. Me sentí miserable y dejé que toda esa miseria se descargara mientras me arrodillaba en el piso de ese baño. Hice una promesa ese día. Le dije a Jesús que no importaba en qué vocación Él quería que terminara, la aceptaría si Él me quitaba el dolor. Ya no me importaba lo que sucediera. Entraría en la vida religiosa, me casaría o viviría el resto de mi vida sola en mi pequeño apartamento como una persona soltera. Independientemente de mi elección, solo deseaba la voluntad de Dios. Era mi único boleto a la verdadera felicidad y yo lo sabía. Ya no me importaba cómo Dios eligiera actuar en mi vida, solo que Él actuara y cuando lo hiciera yo lo reconociera y pudiera estar en paz.
DIOS actuó
Dos semanas después conocí a mi ahora esposo de casi diez años. Es un hombre asombroso que vive el pasaje leído en nuestra boda: “Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a Su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Habiéndonos casado a la edad de treinta y seis años, estábamos ansiosos por comenzar a tratar de tener una familia de inmediato. Esperábamos que nuestro primer hijo fuera un bebé de luna de miel, pero como yo era mayor, sabíamos que la concepción podría ser difícil.
No nos perturbo demasiado cuando pasó el primer año de nuestro matrimonio y no habíamos concebido, pero cuando pasaron dos años, decidimos que teníamos que investigar. Eso comenzó un viaje de dos años de visitas al médico, pruebas, cirugías, medicamentos para la fertilidad y gráficos de Planificación Familiar Natural (usándolos para concebir). Desafortunadamente, descubrimos que ambos éramos biológicamente incapaces de concebir. Como muchas parejas católicas que luchan contra la infertilidad, no estábamos dispuestos a ir en contra de nuestra fe con respecto a la asistencia para la fertilidad, por lo tanto, buscamos nuestras otras opciones.
Aplicamos con agencias de adopción y consultamos con un abogado de adopción privado. También asistimos a reuniones de capacitación para convertirnos en padres de crianza, con la esperanza de ser hogar de paso para después adoptar. Después de unos años más y mucho desamor, ninguna de estas opciones resultó para nosotros tampoco. Lentamente, la comprensión de que seríamos una pareja sin hijos comenzó a hacerse dolorosamente clara. A lo largo de nuestra lucha en estos años, nunca parecíamos estar en la misma página al mismo tiempo. Cuando yo estaba abierta a una opción, mi esposo no lo estaba y viceversa.
Expresiones De Un Nuevo Duelo
En medio de todo esto, ambos experimentamos y manifestamos nuestro dolor de formas muy diferentes. Reflexionando ahora sobre ello, veo cómo mi feminidad y su masculinidad contribuyeron a la experiencia de este dolor. Yo lloré todo el tiempo y él estaba constantemente tratando de solucionar el problema solicitando préstamos, que nos negaban, y encontrando trabajos que pagaran más. Yo lamentaba las relaciones que se desvanecían a medida que la falta de hijos se convertía cada vez más en nuestra realidad vivida. La pérdida de la relación entre padres e hijos, la pérdida de la relación entre abuelos y nietos, la pérdida de las relaciones entre padres y padres, la pérdida de una persona que cuide de nosotros en nuestra vejez y se asegure que las decisiones se tomaran en nuestro mejor interés cuando no pudiéramos tomar esas decisiones por nosotros mismos. Estaba atormentada por los fantasmas de estas relaciones que nunca serían. Él estaba en una perdida en la que sabía nunca podría proporcionar aquello que las parejas casadas deben proporcionar y la infelicidad que vio en la experiencia de su esposa, que yo sé que ama “como Cristo amó a su Iglesia” (Ef. 5:25).
Rara vez parecíamos aterrizar en la misma página en la forma en que expresábamos nuestro dolor. Yo quería que él mostrara el dolor que sentía y él quería que yo le hiciera saber que él era suficiente para mí y que podía proporcionar mi felicidad. No pude entender por qué manejó nuestra situación de la manera en que lo hizo y creo que él tampoco pudo entender las manifestaciones de mi dolor.
Después de reflexionar y orar, me di cuenta de que la expresión de dolor después de la muerte de Jesús también se manifestó de manera diferente para sus seguidores masculinos y femeninos. María Magdalena, el primer testigo registrado de la resurrección de Jesús, fue a Su tumba y lloró al encontrar la tumba vacía. Me relacioné con su respuesta de querer aferrarse a Él al reconocerlo. [1] Me pareció que su dolor estaba condicionado por su feminidad a través del deseo de aferrarse a la relación. Un capítulo más adelante en el mismo evangelio, después de descubrir la tumba vacía, los discípulos varones se encuentran pescando cuando Jesús se les aparece en la orilla invitándolos a comer con Él. [2] Me pareció que había una expresión de dolor en los hombres que difería de la de María Magdalena. Parecieron ponerse manos a la obra de inmediato, tal vez su forma de proporcionar.
Ahora no puedo recordar con precisión qué nueva pérdida provocó nuestra respuesta de dolor una tarde, pero nos encontramos acostados uno al lado del otro en la cama de la habitación de invitados. Mis lágrimas fluyeron libremente y mientras mi esposo me consolaba, bromeaba sobre su propia incapacidad para concebir. Mientras me recostaba sobre su pecho, las lágrimas fluían pero me reía a carcajadas de sus chistes cursis, y se me ocurrió que finalmente estábamos en la misma página. Él estaba dispuesto a dejarme llorar de la manera que yo necesitaba y yo le permitía a él llorar de la manera que él necesitaba.
Nuestra aceptación mutua al permitirnos experimentar este profundo dolor de una manera ordenada a nuestro genio individual… femenino y masculino, fue un bálsamo curativo en cada uno de nosotros. Aquella tarde fue una de las últimas veces que lloré por esta tremenda pérdida en nuestro matrimonio y juntos hemos hecho avances conscientes para dirigir nuestro tiempo, talento y recursos en beneficio de los niños cada vez que vemos la oportunidad de hacerlo.
Un Nuevo Viaje
Me vienen a la mente varios ejemplos de nuestro intento de vivir el llamado a la fecundidad en nuestra situación de falta de hijos, como hacer una donación al hospital de St. Jude, comprar regalos de Navidad para niños necesitados y hacer planes a futuro de impartir una clase para niños en la escuela parroquial del programa de religión. Pero la forma más poderosa en que Dios nos usó en nuestra situación de falta de hijos vino a través del regalo de una adolescente que vivía con su abuela. Dado que sus padres vivían en otra ciudad, tuvimos la suerte de sustituirlos en algunos eventos importantes de su vida, como comprar vestidos de fiesta y de graduación, estar presente en la ceremonia de su anillo de graduación, comprar y cocinar muchas comidas juntos y ayudarla en la compra de su primer coche. Ella fue y sigue siendo una gran fuente de alegría en nuestro matrimonio.
La Fecundidad En Nuestra Situación Particular
En Humanae Vitae, San Pablo VI recuerda a los esposos: “Pero experimentar el don del amor conyugal respetando las leyes de la concepción es reconocer que no se es dueño de las fuentes de la vida, sino ministro del designio establecido por el Creador”. [1] Sí, no somos los amos, somos simplemente cooperadores cuando se trata de la concepción, y aunque mi esposo y yo no podemos ver claramente una razón por la que el Creador ha permitido la ausencia de hijos en nuestro matrimonio, he descubierto a través de nuestra aceptación mutua del duelo en nuestro matrimonio que yo estoy llamada como todas las madres, físicas o espirituales, a cooperar con su voluntad. San Juan Pablo II me recuerda la sublimidad de esta llamada en Mulieris Dignitatem cuando escribe, "la maternidad de toda mujer, entendida a la luz del Evangelio, es igualmente no sólo "de carne y hueso": expresa una profunda "escucha de la palabra del Dios vivo" y la disposición a "salvaguardar" esta Palabra, que es "palabra de vida eterna"(cf. Jn 6,68)“ [2] Después de todo, este fue el mayor cumplido que Jesús le hizo a su propia madre cuando le dijeron que ella estaba esperando para hablar con Él y Él respondió: "Porque el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Mateo 12:50). En el dolor de la infertilidad, este es el consuelo que ofrece Jesús y por lo que mi esposo y yo podemos luchar mientras llevamos la cruz de la falta de hijos en nuestro matrimonio. A través de nuestra aceptación de la voluntad de Dios y del uno al otro en nuestra feminidad y masculinidad, nosotros también podemos ser padres de santos en el cielo, incluso si nunca los concebiremos físicamente aquí en la tierra. Que Dios nos bendiga a todos en esta situación con muchos hijos espirituales, nacidos del fruto de nuestra cruz, que algún día estarán a nuestro lado en nuestro hogar celestial.
[1] Juan 20:11-17
[2] Juan 21:1-12
[1] Pablo VI, Humanae Vitae (De la Vida Humana), Julio 25, 1968, Vatican Website, https://www.vatican.va/content/paul-vi/en/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae.html.
[2] Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem (La Dignidad de las Mujeres), Agosto 15, 1988, Vatican Website, https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/en/apost_letters/1988/documents/hf_jp-ii_apl_19880815_mulieris-dignitatem.html.
コメント